Quería irme a Nueva York a inhalar el aire foráneo, a soñar y simplemente a vivir. A vivir mi vida y no la vida de mi madre. En las noches me arreglaría, me pondría toneladas de maquillaje en la cara hasta quedar como una estudiante mayor de edad. Y entonces me iría a un bar de jazz, me sentaría cerca del pianista y escucharía atentamente las historias que él estaría escribiendo tono por tono con sus teclas negras y blancas.
(Opinión crítica próximamente.)